Mis padres me regalaron un cubo de Rubik al cumplir los dieciocho. La fecha no era de especial relevancia en este caso, como si lo era el hecho de que ese día también me regalaran un mechero con el que me otorgaban el derecho a fumar en su presencia y de algún modo el reconocimento de mi mayoría de edad.
Aprendí a completar el rompecabezas usando un manual y un sencillo sistema de formulas rutinarias memorizadas. Hubiera sido incapaz de resolverlo por mí mismo; tal como me ocurre con el ajedrez, una vez realizados los primeros movimientos, me pierdo ante la inmensidad de posibles combinaciones. Mente dispersa...
No hay comentarios:
Publicar un comentario